Nuestro viaje a Chiloé estuvo marcado por una mezcla de deseos (producto de nuestro primer viaje grupal y más a un encuentro de artes escénicas); la mística chilota y la frustración callejera constante. Empecemos por lo primero: "Ancud".
En Ancud nuestra presentación tuvo un condimento extraño, presentamos Bromeo y Jodieta en un teatro, no porque haya estado planeado de antemano, la lluvia sureña lo dictó. Así fue nomás, lo mágico del teatro luego de hacer calle, crece al mil por ciento. En la calle está la desconcentración, tenemos que proyectar la voz mucho más para ganarle a todo el barullo ambiental; el juego rápido de la improvisación; estar atento a lo que el público responde. Otro ritmo. En la sala, donde el público está cómodo, refugiado del frío y de la lluvia, esperando porque aquí esperan un espectáculo y no se lo encuentran como en la calle, ansiosos... te perdonan todo. La obra cambia, los silencios son necesarios, el ritmo se relaja y sin embargo es vigoroso. Debemos callarnos esperando que la gente deje de reirse para que puedan escuchar lo que sigue. Todo es distinto, ahora por fin somos nosotros los que damos la pauta, en la calle no y lo vivimos cruelmente en Valdivia. En el teatro, donde no era su espacio natural la obra voló y todos nos divertimos compartiendo un espectáculo único, tanto para los espectadores como también para nosotros. Luego, con el frío llegando a la isla, tuvimos una tarde el regreso a la calle y a la querida y poco respetada "gorra".
martes, 11 de marzo de 2008
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